Tener poca paciencia.
Olvidar el nombre del Cliente.
Dejarnos llevar por sus emociones.
Preguntar de manera que no lo parezca.
Autoresponderse.
Realizar varias preguntas a la vez.
No dar valor a lo que hacemos.
No pedir nunca disculpas.
No ponerme en su lugar.
Ser excesivamente escueto.
Responder a mi conveniencia en vez de lo que él me ha preguntado.
Abusar del disco roto…
Utilizar las fórmulas empáticas “entiendo y comprendo” con entonación fingida y mostrando falsedad.
No ser natural.
Parecer una máquina, en vez de una persona hablando con otra.
Decir: “qué le puedo decir”
Decir: “le vuelvo a repetir”
Decir: “no le puedo decir otra cosa”
Querer finalizar la conversación sin que él lo pretenda.
Suspirar cuando te cae un chaparrón (por parte del cliente)
Tomarse las cosas como algo personal.
Pedirle que se calme.
Pedirle que no grite.
O gritar más que él, para que nos oiga.
No escuchar hasta el final.
Tener prisa.
Falta de interés.
Olvidarme de que él es, en realidad, quien me paga mi nómina.
No agradecer su confianza.
Tras éste chaparrón toca reflexionar y convertir las frases en sentido positivo.
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